LA CIENCIA DEL PLACER: POR QUÉ NOS GUSTA LO QUE NOS GUSTA
Muchos de nosotros olvidamos que existen zonas erógenas en todo el cuerpo, y sorpresivamente, estos puntos deliciosos son similares para tanto hombres y mujeres. Prueba esto: Intenta un estilo de beso apasionado como de película; besa los labios de tu pareja y soba suavemente tu lengua con la suya — si tu pareja responde bien, trata también de succionar su labio inferior. O esto: Acaricia y masajea sus labios con los tuyos y trata de presionarlos gentilmente uno encima de otro, mordiendo muy suavemente o inclusive usando tu pulgar para sobarlos. Cuello y hombros Los costados del cuello y la nuca contienen muchas terminaciones nerviosas que, para algunas personas, una tocada suave en el cuello suficiente para inspirarse. Prueba esto: Alterna entre besos y mordiscos suaves en el cuello — el contraste es excitante. Puedes añadir un poco de atrevimiento, al morder o succionar, si a tu pareja le gusta. O esto: Trata de pasar tu lengua desde la nuca hasta el cuello. O esto: Mientras besas su cuello, ve hacia arriba respirando ligeramente sobre su oreja y luego succiona el borde de su oreja. Cuero cabelludo Hay una razón del por qué los masajeadores puntiagudos de cabeza se han vuelto tan populares, pero siempre un par de manos van a ser mejores.
Nada de amarguras
Existe una falta de información entorno a esta orientación sexual. Las etiquetas sirven de punto de partida, de análisis introspectiva. Y lo de inventar, pues no, no se ha inventado carencia. Solo se le da nombre a orientaciones para que personas como Edu , puedan sentirse identificadas y no ser los patitos feos del sistema. Tiene 24 años, es muy guapo y un tanto tímido. Te mira a los ojos fijamente y emana bondad.
No, nunca. Esto es algo que los humanos pueden hacer pero otros mamíferos no, y no sabemos bien por qué. Nada de amarguras Sea por lo que sea, señala Linden, parece que estamos programados a evitar el sabor amargo. A medida que crecemos, a medida que vamos aprendiendo qué debemos comer y qué no, puede que nos empiecen a gustar algunas cosas amargas, aclara. Ocasionalmente, la genética juega un rol en nuestros gustos. Linden cita el ejemplo del culantro.